Revista de la Universidad Fernando de Pessoa, Oporto — Portugal

Giancarla de Quiroga  Universidad del Valle (Cochabamba, Bolivia)

08/01/2004

Al rumor de las cigüeñas, primera novela de Gabriela Ovando (Miami: Plural Editores, 2003, 177 p.) consta de una introducción llamada Atrio, dos partes divididas en 26 capítulos y un epílogo. En la novela transcurren historias paralelas: la contemporánea, que inicia en 1999, es protagonizada por Mariana, y se desplaza entre Estados Unidos y su Bolivia natal. En el relato afloran vivencias, recuerdos familiares, relaciones literarias y su mitología personal, así como alusiones a episodios de la vida política boliviana de antaño y reciente, a veces con dolor e indignación, como por ejempo cuando rememora el colgamiento del Presidente Villarroel, los campos de concentración de Curaguara de Carangas (p.81), la Guerra del Agua o el abuso de poder, tan cotidiano “en su mísero país” (p.37). Las reflexiones de la protagonista la inducen a formular una pregunta llena de desesperanza: “¿Sería posible que en la próxima visita, el país ya no existiese?” (p. 146). Sin embargo, a veces la crítica se tiñe de humor e ironía, cuando alude con apodos personales a personajes políticos inconfundibles. Mariana, profesora de literatura, vive obsesionada por el “atado de hojas amarillentas” (p. 89) de Leonor de Alfón, quien inventaba historias en la España medieval, antes de la Conquista de América. Mariana está “decidida a seguir deshojando ese atado y a escarbar” (p. 15). El documento pre-colonial, escrito con “tortuosa caligrafía” (p. 31) constituye la otra historia; ambas “se le metieron en la piel por más tiempo del imaginado” (p. 9) y se desarrollan en diferentes contextos, tiempos y espacios distintos, con dos discursos: uno barroco, colonial y otro contemporáneo, lenguajes que muestran la vasta cultura de la autora — tanto de las historias como de la novela, plenamente identificadas — que se ha nutrido de muchas fuentes, cuyas referencias bibliográficas, por tratarse de una obra de ficción próxima al género de la novela histórica no figuran en el texto.

La otra historia, ligada a la Conquista , inicia alrededor de 1440, cuando Leonor de Alfón tiene la inspiración a flor de piel, pues posee el don de la clarividencia, y va registrando presagios, visiones, premoniciones y rumores —como aleteo de cigüeñas— ligados a acontecimientos familiares que son a la vez históricos. Esta mujer, que vive “transportada” (p. 29), está casa con Blasco de Cáceres, “un demonio que la llenaría de hijos, como se lo repetía, para alejarla de sus ficciones. ¡Qué iluso!” (p. 16). Su tercer hijo, Nicolás de Cáceres, comandante de la empresa colonizadora de La Española , evoca los presagios de su madre, lee sus escritos, consulta aquellas “hojas amarillentas que yacían atadas con un lazo azul, en la caja de tercipelo gastado que encontró en una tarde lluviosa entre los enseres de su madre” (p. 43) que en ocasiones, guiarán las decisiones de su vida, llena de peripecias y sinsabores. Su misión en La Española marca la historia dominicana y la primera parte que concluye con su muerte, acaecida en Sevilla en 1512. Es interesante ver una suerte de fenómeno de transferencia: la autora de la novela, Gabriela Ovando, crea a Mariana a su imagen y semejanza; Mariana se mete en el pellejo de Leonor (p. 23) y a su vez inventa y describe una serie de acontecimientos. Mariana lee, escribe, transcribe, trata de desatar el “atado de marras)…) al que parecía liada como a un amante” (p. 26), sin saber, finalmente, “quién acabaría por inventar a quién” (p. 15).

Las dos historias, la de Mariana y la del manuscrito, se entretejen en capítulos y aun en párrafos, en una coexistencia pacífica de personajes medievales, coloniales y contemporáneos, o posmodernos, como se califica la protagonista. Continúa fluyendo la historia personal de Mariana, mientras “emprende la lectura de la segunda parte de ese atado de hojas” (p. 101) que se sitúa a principios de 1600 (p. 102), cuando Antonio de Alfón, oidor de la Real Audiencia de Charcas, casa con Inés, su prima, se desplaza entre La Plata y la Babilonia Andina que fue Potosí, organiza el censo —que empadronó a setenta y seis mil indios, cuarenta mil españoles, tres mil foráneos, treinta y ocho mil mestizos y a seis mil negros, mulatos y zambos” (p. 139) e investiga los desórdenes sociales y la defraudación que sufría la Real Hacienda , mientras se desarrolla la guerra entre vicuñas y vascongados. Un final apocalíptico cierra esta historia: Antonio, Inés y sus hijos, Úrsula y Diego e Ignacio, sucumben “porque se desplomaron las murallas de la laguna de Cari-Cari y el torrente arrasó con la Villa Imperial y sus ingenios, hasta borrarlos de los mapas y de la memoria de la humanidad” (p. 173). Potosí deja de existir, la historia se detiene, Bolivia no existe…

Al rumor de las cigüeñas es una novela “redonda”, circular como la misma historia, el final retoma y retorna al principio, a Atrio, hasta que “todo desapareció como sombra y humo” (p. 9, 173). Sin embargo, y como afirma Mariana: “No hay historias que alcancen el final que quieras darles” (p. 101), y el lector atento no se dejará sorprender. Esta novela exige una lectura pausada, se podría decir de “reconocimiento”, sólo así se podrá apreciar una serie de aspectos, descubrir alusiones, interpretar claves. . .al igual que la protagonista, que “no consideraba que ese atado de marras fuese un trabajo. Leer y y fantasear no sería nunca un trabajo” (p. 89) sino un placer. Una lectura feminista permitiría establecer un paralelismo entre Leonor, mujer inspirada —inspiración y transpiración— como tantas otras “inclinadas al vicio de la escritura” (p. 87) que se encerraba en la torre de la Casa de las Cigüeñas para fantasear, y Mariana, que da rienda suelta a su imaginación —la loca de la casa kantiana— y puede hacerlo en libertad, en su cuarto propio, como lo llamaba Virginia Woolf, para brillar con luz propia.


Giancarla de Quiroga ganó el Premio Nacional de Literatura (Bolivia) en 1989 con Angustias e Ilusiones, y una mención de honor en el XI concurso de novela Erich Guttentag (1988). La Casa de Escritores Extranjeros y de Traductores de Saint-Nazaire, Francia, publicó en 1993 su colección de relatos Una habitación propia en Saint Nazaire (Ediciones Arcane 17). Escritora, crítica y diplomática, es cónsul honoraria de Francia en Cochabamba (Bolivia) y profesora de la Universidad del Valle.