Embajada de Bolivia en Washington D.C.

Alejandro Echazú de Montenegro, University of Maryland

04/02/2004

Los hitos históricos en Bolivia han marcado con fuerza su narrativa. A mediados del siglo XX, la Revolución del 52 lanza la reforma agraria, nacionaliza las minas e inspira a escritores durante varias generaciones. También fuente de reflexión la constituirán los movimientos guerrilleros en los años 60 y 70, que generan una literatura nutrida de cuestionamientos y ansia de respuestas. Más tarde se instala la larga cadena de dictaduras, que fueron años de lucha y resistencia para la mayoría de los escritores y el marco de la infancia y juventud de narradores contemporáneos como Gabriela Ovando y Juan Claudio Lechín, entre otros. Luego vendrá la inflación, la privatización y veremos desfilar a miles de mineros relocalizados que circulan por las ciudades como fantasmas. Actualmente la narrativa boliviana vive un momento de fecunda producción literaria. Los escritores exploran, por un lado, los mundos interiores de su generación, así como los acontecimientos que amenazan cambiar el rumbo de sus vidas. Sin embargo, a diferencia de una tendencia en la literatura joven latinoamericana que demuestra indiferencia y apatía por la política y el pasado (pienso en el chileno Alberto Fuguet, en el peruano Jaime Bayly o en algunas obras de Edmundo Paz Soldán), la generación de Gabriela sí vuelve, recurrente, a desentrañar la situación política en Bolivia y expresa honda preocupación por el futuro. Gabriela no se sustrae a esta tendencia, esto lo vemos a través de su personaje Mariana (que bien puede representar a alguno de ustedes aquí presente), una joven boliviana que vive en Estados Unidos y de cuya vida diaria, familiar y reflexiva somos testigos los lectores. En otras palabras: si bien algunos escritores, como Edmundo Paz Soldán, quizá el más conocido fuera de Bolivia, experimentan con material que se ocupa del mundo globalizado, computarizado, futurista, hay que decir que los escritores bolivianos tienden a volver la mirada sobre el pasado. Y es que no podemos sustraernos de las consecuencias de nuestra historia y en la literatura sucede lo mismo.

Los escritores retoman temas como la Revolución — pienso en Lupe Cajías con Valentina, la Guerra del Chaco — pienso en Gonzalo Lema con Ahora que es entonces, o la Historia Colonial — recordemos a Rocha Monroy con Potosí 1600 y también a Gabriela Ovando con Al rumor de las cigüeñas, quien hila una de sus historias en torno al oidor de Potosí encargado de realizar el censo y a quien le toca pacificar a vicuñas y vascongados. No es mi intención revelar el argumento o los argumentos de este libro, pues es labor de cada lector enterarsedel desarrollo de la historia y sacar sus propias conclusiones. Pero sí daré algunas pautas de lectura que espero despierten su interés por la obra de Gabriela Ovando, quien no sólo es una excelente narradora, es también una acuciosa y hábil investigadora de datos históricos que le permiten mantener un hilo narrativo verosímil y bien estructurado. En la narración existen varios elementos que hacen de esta novela una producción singular: mencionaré por ejemplo el hecho de que en ella existen por lo menos cuatro historias que transcurren en diferentes espacios tanto físicos como temporales y con diversos personajes: desde la loca visionaria del siglo XV en una España que se sacude del Medioevo, pasando por el oidor español en Potosí, hasta la joven boliviana, profesora universitaria del siglo XX que vive en Estados Unidos. No es ejercicio fácil unificar, bajo el manto narrativo, diversos planos que componen una historia. La autora las entrelaza con la habilidad del orfebre de la palabra, experta en filigranas. Estos elementos sinuosos, sin embargo, no cansan al lector, sino más bien lo estimulan a continuar con la lectura y a desenvolverse como un agudo observador de estos planos que se superponen y se separan. Quien tema encontrarse con una escritura densa y pesada puede quedarse tranquilo, pues la autora posee una prosa limpia que fluye sin sobresaltos.

El sutil hilo conductor en esta obra es el viaje: el tránsito, el desplazamiento, sea físico o reflexivo. Los personajes transitan camino, según su tiempo histórico en carabela, auto, mulas o avión. Pero el viaje es más profundo, lo constituyen las reflexiones y aún más: la búsqueda sin aliento por la verdad moral, por los valores éticos. Nuestro paso por el mundo no es, en última instancia, más que el rumor de las cigüeñas, un intrincado misterio que nos lleva al cénit y al nadir del destino personal. La obra presenta también interesantes conflictos. Como siempre, Gabriela juega con lo externo y real por una parte y lo imaginario e íntimo por otra. Cada historia descompone su propia confrontación interna. Curiosamente este tratamiento no la convierte en una obra pesimista. Y si a alguien le pica la curiosidad y desea escudriñar acerca de la postura de la generación de Gabriela, (que es la mía también) frente a la política boliviana, sólo debe leer esta novela. Advertimos el despliegue de una artillería metafórica, irónica y hasta divertida en contra de los malos gobernantes, de los oportunistas, que en líneas generales refleja el sentimiento de una clase media desencantada con el rumbo político de Bolivia y, en muchos casos, con sus propias vidas. Permítanme un juego de palabras: la preocupación de Mariana, uno de los personajes, es una ocupación real que toma por asalto el imaginario de la gente joven: ¿Qué quedará de Bolivia? El lector ávido de una historia sólida y bien narrada, aquel lector que aprecia que su inteligencia sea valorada y que está dispuesto a participar en una lectura que le exija atención activa, quedará encantado con este libro. Intuyo con cuánto juego y delicadeza lo ha gozado Gabriela , quien con esta novela realiza un gran aporte a la literatura.

Su escritura denota gran maestría en el arte descriptivo. Gabriela extiende su paleta de palabras y con ellas nos sume en las honduras de este relato, permitiendo al lector desarrollar una visión casi pictórica tanto del mundo exterior como del espacio interior de casa protagonista. Finalmente, dicen que en medio de las crisis sociales, las expresiones artísticas brotan y cunden como bendita mala hierba. Vargas Llosa apunta que en estos momentos surgen grandes literaturas. ¿Qué sería de esa creación si una editorial solidaria, de espíritu quijotesco y siempre comprometida con el quehacer de quienes tienen algo que decir? No me queda sino aplaudir la decisión de la Editorial Plural de publicar el libro que se presenta esta noche, y agradecer a José Antonio Quiroga por esta invalorable labor que realiza a la cabeza de Plural Editores. A pesar de la crisis, la incertidumbre y el miedo, o tal vez gracias a ellos, todavía podemos disfrutar de la fuerza de la creación literaria. Dentro de ella, Gabriela tiene, con seguridad, un lugar muy destacado.