México, D.F.

Elena Poniatowska

12/12/1997

En Bolivia, su país, y en Estados Unidos, su lugar de trabajo, una mujer de ojos brillantes y frente amplia utiliza las armas de la modernidad en beneficio de los demás. Gabriela Ovando tiene el don de la brevedad, de la síntesis. En pocas palabras puede entregarnos una nota política, una entrevista cultural, un comentario crítico, ya sea de cine o de literatura, con la sencillez y claridad que siempre lo dejan a uno picado. Si estamos acostumbrados a hojear los periódicos deteniéndonos sólo en los encabezados, las fotografías y las notas pequeñas, los artículos de Gabriela son anzuelos en espera de los lectores presurosos. Sus carnadas son apetitosas y están bien enganchadas. Nos mira desde cada artículo, con una expresión que denota su certeza de que las carnadas son las indicadas. A diferencia de otras que parecen de súplica, su mirada es un canto de sirenas, una ventanita al mar. Eso son sus artículos, ventanitas que le dan un pedacito de mar a su país sin costas.

Bolivia y Paraguay son los únicos países de América Latina que no tienen playas.Bolivia perdió más de la mitad de su territorio (como México en el siglo XIX a los Estados Unidos). Brasil, Chile, Perú, Argentina yParaguay lo despojaron. Sin embargo este pequeño país sigue enraizado en el espíritu de América Latina, como lo están sus maravillosas mujeres de bombín, sus mercados, sus artesanías, sus textiles, el heroísmo de sus mineros explotados por los ambiciosos. De la fortaleza de las mujeres dio prueba la minera boliviana Domitila Chungara, que vino a México en el Año Internacional de la Mujer , en 1975, y se enfrentó a la jefa de la delegación mexicana que le pedía que ya no hablara de la miseria y de las condiciones de vida de los mineros en Bolivia sino de feminismo. Muy bien, respondió Domitila Chungara y tomó la palabra. Lo hizo en forma tan deslumbrante que Moemia Viezzer decidió hacer un libro que a todos nos conmovió: Si me permiten hablar — y sacó de sus entrañas y de la entraña misma de la mina de estaño, el hondo dolor de los pobres de la tierra.

País minero, Bolivia ha sobrevivido a todas las agresiones, a todos los saqueos, y su fortaleza yace en que —a diferencia de otros países— no ha exterminado a sus grupos indígenas: aymaras, quechuas, guaraníes, y son ellos quienes le dan su sabor y su espiritualidad. La ciudad de Potosí da fe de una de las mejores expresiones barrocas de Latinoamérica: la virgen, el niño dios, la corte celestial, los ángeles, serafines y querubines moldeados por manos indias. Gabriela Ovando está consciente de la prisa del mundo moderno, el de los índices bursátiles, el del celular en la mano, el del “fast-track” para toda operación, el de la aldea global, el de la informática. Emplea las armas de la modernidad. No elabora farragosas notas que a la tercera frase terminan botadas en el suelo por los apurados lectores. Al contrario, sus notas pican la curiosidad dentro del aluvión de ocupaciones, compromisos, agendas, en las que viven las ciudades modernas. Los periódicos también están atenidos al ritmo del cambio. Antes las notas eran muy extensas, ahora es la brevedad la que predomina. Gabriela Ovando lo sabe. Camarón que se duerme se lo lleva la corriente inflacionaria. Toda América ha visto transformadas sus costumbres por la forma de vida que imponen los mercados bursátiles y los índices económicos en la era de la competitividad. Gabriela Ovando lo sabe y es una periodista moderna. No nos resta más que saludarla y desear conocer alguna vez su país: Bolivia.